Reflexiones arquetípicas
Las carencias en la comunicación científica: del científico divulgador al divulgador científico
Me llamo Juan Carlos Alonso. Tengo 46 años y soy adicto a la ciencia…
Desde que tengo uso de razón (y pese a no tener formación específica) he sentido un irrefrenable deseo de entender muchas de las cosas de las que hablan los científicos. Y lo cierto es que, cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que en realidad la cosa no ha sido nada fácil. La forma en la que tradicionalmente nos han contado la ciencia y el cómo se nos han comunicado los grandes descubrimientos parecía olvidar lo más básico: saber llegar al público. Y si no ha sido sencillo para alguien como yo, con una clara predisposición e interés, imagino lo que habrá podido suponer para todos aquellos que no se sienten tan atraídos por ese mundo de partículas, radiaciones y ondas.
Pensando en ello me doy cuenta de que siempre ha sido más común la figura del divulgador científico que la del científico divulgador. Y no lo critico. Tampoco se trata de exigirles a nuestros físicos, químicos o astrofísicos que añadan la comunicación a sus ya muchas cualidades. Pero sí quizá deberíamos pedírselo a muchas de las instituciones a las que pertenecen.
Hemos crecido con la serie Cosmos de Carl Sagan (una de las grandes excepciones de gran divulgador y científico) o las novelas de Arthur C. Clarke, Isaac Asimov y otros muchos escritores de ciencia ficción. La figura del “intermediario” entre aquellos que realizan los grandes descubrimientos y el público ha ido ganando más y más protagonismo con el paso de los años. Y les debemos mucho. Los ejemplos son muy numerosos y no se trata de hacer aquí una exhaustiva guía pero, por mencionar solo a alguno, ahí está José Luis Crespo, un físico de 23 años que se ha convertido en el youtuber de ciencia número uno en España gracias a su canal Quantum Fracture. O el fallecido Eduard Punset, la física y escritora Sonia Fernández-Vidal y el periodista José Manuel Nieves.
Entre otras muchas cosas, ellos nos han ayudado a entender las verdaderas implicaciones del descubrimiento del bosón de Higgs (2012), la primera detección directa de ondas gravitacionales (2016) o incluso nos han hablado de la ciencia de Stranger Things y desmontado locas teorías “terraplanistas” y “terrahuequistas”.
Su labor a la hora de comunicar ciencia es fundamental, pero (dejándoles a todos ellos a un lado) a mi juicio todavía nos queda mucho por avanzar. En la mayoría de los casos se trata más de apuestas personales de científicos concretos que de verdaderas iniciativas de grandes instituciones. Ahí es donde deberíamos seguir poniendo el foco, en animar a estos organismos a que intensifiquen su apuesta por la comunicación científica, vayan modulando cada vez mejor el mensaje, lo adapten según las audiencias y contribuyan a que cada vez más personas empiecen a interesarse por la ciencia. Y es que no se trata solo de hablar del principio de incertidumbre y demás peculiaridades de la física cuántica sino de explicar que sin ella no existirían las células fotoeléctricas que nos abren las puertas, los microondas o la televisión digital.
Quizá de esta forma consigamos cambiar esa percepción del imaginario popular (con la que evidentemente no estoy para nada de acuerdo), en la que se considera que una persona es culta si sabe mucho de música, cine, arte, teatro, historia…haciendo de la ciencia la gran olvidada.