Los discursos de odio en la comunicación

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Hugo Páez
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El efecto “bola de nieve” (“snowball effect”, en inglés) es una “situación o proceso en la que algo aumenta de tamaño o importancia a un ritmo cada vez más rápido”. Es una metáfora o analogía que refleja una retroalimentación exacerbada de una determinada acción o evento. 

El desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (también conocidas como TIC) desde el comienzo del siglo XXI ha producido un auge espectacular en el mercado de acciones de la industria comunicativa. Pese a ello, ante el sinfín aparente y por descubrir de ventajas y posibilidades que ofrece la nueva era de la comunicación, en la que lo importante ya no es estar informado, sino estar conectado, también aparecen problemáticas fruto del traslado y tratamiento de la información y el contenido de los mensajes en las nuevas plataformas digitales. Una de estas discusiones gira en torno al incremento imparable de los discursos de odio que se difunden a un bajo coste y, en muchas ocasiones, de forma anónima.

Los discursos de odio parecen haberse normalizado. Lo que antes no era correcto decir, ahora se expresa con total aceptación o sin consecuencias; y, de la misma manera, lo que en otros tiempos era motivo de conversación y debate, en la actualidad no genera tanto interés. Los mensajes y discursos que se difunden en la actualidad se adaptan cada vez más a las normas y códigos comunicativos aceptados comúnmente o por públicos concretos, para desprenderse y camuflar gran parte de su carga ofensiva. Por así decirlo, los límites de lo indecible han ido modificándose sutilmente según los intereses discursivos de unos y de otros.

Ante esta situación, el término “discurso del odio” puede resultar muy engañoso si de él se deduce que está siempre asociado con el odio. Es decir, una narrativa de esta naturaleza también puede expresar o articular un amplio abanico de sentimientos, emociones o actitudes distintas del odio, el desprecio o el menosprecio, como la ansiedad, el asco o incluso un sentimiento de alienación. Siguiendo esta línea, también puede tener la intención de causar o provocar una amplia variedad de efectos emocionales o estados cognitivos en la audiencia, incluyendo desde la conmoción, excitación o el placer hasta sentimientos de compañerismo, afinidad o vínculo.

Lo que es una realidad es que el odio compartido proporciona la ilusión de la unanimidad y el resultado suele traducirse en una peligrosa violencia verbal o física que, siguiendo ese efecto bola de nieve, genera otra respuesta violenta en un bucle en la que una legitima a la otra y a las siguientes. Ahora bien, ¿pueden ser delitos los sentimientos o las emociones que uno siente? 

El conflicto de los discursos de odio con el derecho a la libertad de expresión es evidente e inevitable y recuerda la paradoja de la tolerancia del filósofo austriaco, Karl Popper, que cuestionaba si pueden tener libertad los enemigos de la libertad. Si bien es cierto que la libertad de expresión no es absoluta, también hay defensores de que este derecho reconoce al mismo tiempo la inmunidad jurídica de ciertas expresiones, a pesar de que se concluya que las mismas resultan dañinas u ofensivas socialmente.

Entre las características perjudiciales que presenta todo discurso de odio se encuentra la construcción del “otro” como víctima y enemigo y, a consecuencia de ésta, la deshumanización. No obstante, el pensamiento que lleva a la formación de la opinión es genuinamente discursivo, es decir, reclama la presencia del otro. Sin dicha presencia, la opinión no es discursiva, sino autista, doctrinaria y dogmática. Así pues, la desaparición del otro significa el fin del discurso e, irónicamente, los discursos de odio se fundamentan sobre esta premisa.

Por ello, el libre intercambio de ideas, el diálogo racional y la conciencia crítica de los ciudadanos son aquellas herramientas amparadas por la libertad de expresión que se deben utilizar para combatir los discursos de odio. En primer lugar, porque propician el libre desarrollo de la personalidad frente al peligro de la deshumanización; y, en segundo lugar, porque permiten la canalización de las demandas y necesidades ciudadanas, entre ellas, particularmente las que provienen de los colectivos socialmente infrarrepresentados o  vulnerables

Desafortunadamente, así como una bola de nieve rueda y crece recogiendo más nieve, los discursos y mensajes de odio continúan compartiéndose en las nuevas plataformas comunicativas alcanzando una magnitud e influencia en la comunicación que no parece detenerse.

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Hugo Páez
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