Reflexiones arquetípicas
“Hay una tendencia generalizada a no expresar lo que se piensa”. Merlí Bergeron
Sí, reconozco que escribir ahora sobre una serie que se estrenó allá por 2015 puede parecer un poco extraño. La verdad es que no pude verla en su momento y luego pensé que era otro más de esos productos para adolescentes que, lógicamente, no están pensados para los que ya sumamos varias décadas.
Lo que despertó mi curiosidad fue leer que Merlí había recibido el Premio Nacional de Comunicación y que la Universidad Pompeu Fabra llegó incluso a organizar una “master class” sobre ella. Así que comprobé que todavía estaba disponible en Prime Video y en apenas un mes me vi sus tres temporadas.
Merlí es una serie de TVE emitida originalmente por TV3 y luego por Atresmedia y Netflix para llevarla a América Latina y Estados Unidos. Su argumento gira en torno a un profesor de filosofía (Merlí Bergeron) que utiliza unos métodos educativos poco tradicionales. Hasta ahí todo normal. Ya hemos visto muchos productos audiovisuales de este estilo (El club de los poetas muertos o la Rebelión de las aulas del inolvidable Sidney Poitier, por ejemplo).
Pero Merlí va un paso más allá. Su brillante guion personaliza en la figura de este profesor lo mejor de la dialéctica, el arte de la discusión razonada y la comunicación. Es un “COMUNICADOR” con mayúsculas. No hay ningún tema que escape al debate a lo largo de sus 40 episodios, desde la política, al papel de los medios de comunicación, la precaria situación de la educación, la homosexualidad, el amor, el sexo, las drogas, la depresión, el acoso escolar, las relaciones de trabajo, la economía y, por supuesto, la filosofía.
Y lo hace, recurriendo a un lenguaje directo, sincero y didáctico, que genera una inmediata relación de confianza con su público. Justo los atributos que debería tener hoy cualquier campaña de comunicación a la hora de dirigirse a sus audiencias. En la era de la desconfianza y la sobreestimulación publicitaria, no hay mejor momento que este para dejar a un lado esos mensajes tradicionales, comerciales y vacíos y apostar por algo más sincero y humano, que apele a aquello que verdaderamente preocupa a la gente.
Afortunadamente, nunca es tarde para pasar a formar parte de ese grupo de “peripatéticos” que, a imagen y semejanza de los discípulos de Aristóteles, siguen aprendiendo mientras caminan, sin dejar de avanzar y adaptarse a la realidad que los rodea.